Mientras que Reino Unido avanza o más bien cojea hacia la salida de la Unión Europea, merece la pena echar un vistazo a lo que representa la “britanidad”. Pregunta a cualquiera en el mundo, y en los primeros puestos de su ranking, en algún lugar entre la Scary Spice y la comida a prueba de resacas que yo, como buen francés, tengo prohibido probar, tiene que haber un sitio para William Shakespeare. El tesoro nacional británico no viajó demasiado; sin embargo, su visión del mundo y sus escritos están imbuidos de “continentalismo”.
El bardo dibujó a protagonistas memorables en Bohemia, Venecia, Verona y Francia. Europeos apasionados y muy a menudo también un poco trastornados.
Y si los sometes a un Brexit, ¿acaso no son “brexitados”? Oh, pues claro que lo son
Hace más de cuatro siglos, el dramaturgo defendió la libre circulación y el trabajo. En Sir Thomas More, un mafioso londinense es reprobado por atacar a trabajadores extranjeros. Un médico francés se ocupa de la comunidad local en Las alegres comadres de Windsor. Shakespeare incorporó palabras del francés, griego y latín, incluyendo un término que puede resultar útil para contextualizar los actuales tratos de Reino Unido con Europa: compromiso, que es a donde las negociaciones de salida deberían conducir, como en A buen fin no hay mal tiempo. El no muy feliz pero tampoco no muy desastroso mix entre luchas internas, seducción, traición y táctica necesita acabar con algún tipo de cohabitación razonable.
Oh, Europa. Oh, Bretaña
Así, si miramos al estado actual de los asuntos del Brexit con las lentes de una tragicomedia, cobra mucho más sentido. Considere esto: el primer acto acabó con menos consecuencias que las esperadas. El Reino Unido se mostró resiliente. Esperamos que siga así hasta mitad de 2017, cuando el gasto del consumidor se verá sacudido por una mayor inflación y la disminución de los salarios. La incertidumbre pesará en la inversión, pero no la suprimirá. El PIB de Reino Unido, que creció un modesto +1,8% en 2016, podría ralentizarse al +1,4% en 2017, y alcanzar un escaso +1% en 2018.
Luces. Telón.
Es hora del segundo acto. Que entre el mercader de Westminster, Theresa May. A medida que comienzan las negociaciones a un ritmo muy lento el gobierno británico pone sus esperanzas en acabar con un divorcio amistoso en dos años. El Reino Unido aboga por un tratado de comercio comprensivo.
Busca garantizar acceso libre para sectores específicos a cambio de contribuciones al presupuesto de la Unión Europea. Además, espera obtener una implementación por fases del próximo acuerdo de comercio. Pero el tiempo estimado no es realista para acordar un acuerdo de salida y otro de comercio. ¿La solución? Sí. Compromiso. Uno podría esperar que un trato transicional que regulase las relaciones de Reino Unido y la UE, se alcanzase en 2019. Este debería cubrir la brecha entre el fin de las negociaciones del Brexit y un Tratado de Libre Comercio (TLC) definitivo. Desde Euler Hermes y Solunion pensamos que hay un 80% de probabilidades de que se dé este escenario económico. Pero espere. La trama se enreda. Porque una vez que se haya alcanzado un acuerdo de transición, siempre hay probabilidad (los autores de nuestro último estudio hablan de un 55%) de que solo se negocie un TLC limitado. Y, para más inri, hay una posibilidad menor (20%) pero real de no alcanzar un acuerdo de transición ni un Tratado de Libre Comercio. Entonces, se convertiría en una historia de “¡Ay, pobre Bretaña! ¡Yo la conocí! Un país de una curva en j infinita y de unas finanzas portentosas”.
Aunque ya he dejado claro que no esperaba una catástrofe de la magnitud de Hamlet.
En la base del escenario económico, el gasto de los hogares británicos experimentará un fuerte decrecimiento a lo largo de 2017-2021: desde el +3,0% de 2016 al +0,8% que se espera en 2021.
Respecto a las empresas, durante el periodo de negociación, las empresas de Reino Unido, los negocios – especialmente las PYMEs – se enfrentarán a dos retos. El primero, una menor rentabilidad debido al aumento de la inflación en los costes de insumos, por la depreciación de la libra y a la recuperación de los precios de las materias primas. Dado el alto porcentaje de bienes intermedios importados, los elevados precios de los insumos necesitarán, al menos parcialmente, alimentarse de mayores precios de venta para asegurar la rentabilidad. Segundo, está el tema de una demanda doméstica más débil, con la incertidumbre frenando la inversión y el gasto del consumidor. También hay un riesgo importante de impagos. Esperamos que las insolvencias empresariales del Reino Unido aumenten un +5% en 2017 y un +6% en 2018. Para los exportadores del Reino Unido, tras la salida de la Unión Europea (2019), el impacto será muy diferente dependiendo de cuál de los tres escenarios descritos sea el real. Pero la clave está en las escasas ganancias de competitividad derivadas de la deprecación de la libra.
La tempestad podría llegar, aunque no es inevitable
¿Qué pasa con los mercados? Los inversores inquietos podrían castigar a la libra o a los gilts, especialmente si no se esboza un trato rápidamente. Los valores británicos podrían acabar en un punto tenso, ya que más del 70% de los ingresos de los valores del FTSE 100 se generan fuera de Reino Unido.
Tras el acuerdo de salida de la UE en 2019, las empresas que hacen negocios en Reino Unido o que exportan al país, se verán afectadas de manera negativa por la depreciación de la moneda (-5% de media), la ralentización de la demanda interna y el aumento de las insolvencias (+5% en 2017 y +6% en 2018). En cuanto a la política monetaria, se espera que el Banco de Inglaterra sea tolerante con una inflación por encima del 2% durante los próximos años, a medida que las previsiones económicas se deterioran. Los tipos de interés permanecerían por tanto invariables hasta que el acuerdo final se haga efectivo. En lo que se refiere a política fiscal, el gobierno sigue comprometido con el estímulo.
Para los países vecinos, si nos fijamos en las relaciones comerciales y de inversión, los miembros de la UE que podrían ser los más impactados son Holanda (-1,8pp del crecimiento del PIB acumulado en 2017-21 en el escenario base), Irlanda (-1,2pp) y Bélgica (-1,0pp). En conjunto, esperamos un impacto moderado en el PIB de la eurozona (-0,4pp). Si se diera el escenario más adverso el impacto superaría el -0,5pp ya que las exportaciones de la Unión Europea al Reino Unido estarían sujetas a barreras del 3% y la libra caería incluso un 20%.
¿Qué diría Shakespeare, un verdadero hijo del Renacimiento, sobre el rumbo que ha tomado Britania? Difícil de saber. Pero quizás un quinto acto final en la obra del Brexit no ofrezca una catarsis, sino un dolor persistente.
Un TLC limitado entre la UE y el Reino Unido no alcanzaría el grado de integración que se ha conseguido dentro del mercado único europeo. Tras el Brexit los pilares del éxito de la economía del país – como la industria de servicios financieros – serán menos fuertes. El Brexit no tiene por qué ser un desastre económico en el largo plazo, pero a la larga, el Reino Unido estará claramente peor si el acceso a un mercado de la Unión Europea con más de 450 millones de personas es restringido, aunque sea de manera parcial.
Si las negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido no llegan a un acuerdo, el gobierno británico tendría que recurrir a disminuir los impuestos a empresas, flexibilizar las regulaciones. Se habla de convertir al país en una especie de “Singapur de Occidente”.
Tan oportuno y tragicómico que al final deberían pedirnos que nos olvidemos de los tan amados por Shakespeare: Verona, Sicilia y Troya