Cuando uno se pone a dieta, cumple rigurosamente con una planificación de comidas con el objetivo de perder peso en un determinado periodo. Por tanto, requiere de acciones a corto plazo (disminuir cantidades de alimentos o no mezclarlos), para ir cumpliendo el régimen, y de acciones a largo plazo, para mantener el nuevo peso. Unas y otras precisan de unas pautas de seguimiento, un control del endocrino y de uno mismo. Pues con esta misma filosofía hay que diseñar esa hoja de ruta que toda empresa necesita para alcanzar un objetivo: el plan estratégico.
En este post no vamos a ahondar en cómo hacer uno a partir de un análisis de las características internas (debilidades y fortalezas) y las externas (amenazas y oportunidades) el conocido DAFO y de un análisis de la competencia. En internet hay mucha literatura al respecto. Pero sí en los errores más habituales y que tienen origen en esta frase del profesor de la escuela de negocios IESE, Albert Fernández, que dice que “uno debe tener claro que si no sabe a dónde va, probablemente acabe en cualquier otro sitio”. Estas son las equivocaciones más comunes a la hora de acometer un plan estratégico:
– Atención. Para empezar, se tiende a no dedicarle el tiempo suficiente a este proceso, vital para el éxito o fracaso del negocio. Ya sea por falta de tiempo, por no delegar, por rapidez o por creer que no es necesario porque la empresa marcha bien. Todo proyecto, por muy sencillo que aparentemente resulte, necesita de una hoja de ruta que marque los pasos a dar.
– Plazos: No diferenciar entre objetivos a corto, medio y largo plazo es uno de los fallos más comunes entre los emprendedores, que va ligado, también, a la dificultad de medir los tempos, alargando excesivamente la planificación inmediata, lo cual es un error. Según Fernández, la estrategia a corto plazo incluye aquello más concreto; en cambio, el largo plazo debe ceñirse a las grandes líneas de actuación. Igualmente, es un error abordar ambos procesos al mismo tiempo, ya que cada uno requiere de mecanismos mentales diferentes.
El premio nobel de Economía (2002) y precursor de la Economía Conductual, Daniel Kahneman, describe en su obra Pensar rápido, pensar despacio, que uno de los sesgos que autoengaña a las personas es el de la falacia de la planificación, por el que se tiende a errar en los plazos que nos fijamos para alcanzar objetivos porque solemos visualizar el escenario más optimista, sin pensar en contratiempos o imprevistos, porque influye más el deseo que una valoración objetiva de la realidad y porque queremos impresionar, estimando tiempos irreales. “Las personas a menudo deciden llevar a cabo proyectos arriesgados porque son demasiado optimistas respecto a las contingencias que habrán de afrontar”, dice el autor.
– Reuniones. Muchos consideran una pérdida de tiempo las reuniones, normal si no se preparan bien. Y este es un error muy común, acudir sin los deberes hechos, sin documentación y alargarlas innecesariamente. Es importante, también, que acudan las personas adecuadas.
– Personas. En línea con lo anterior, es necesario aprender a delegar, algo que tarde o temprano el emprendedor debe afrontar, pero que habitualmente se resiste por miedo a perder el control o a tener que hacer al final un doble trabajo. Al mismo tiempo, es necesario contar con los profesionales idóneos para cada una de las fases del proceso.
– Presupuesto. Se tiende a priorizar la elaboración de un presupuesto, cuando los recursos se deben supeditar a la estrategia a desarrollar. Ciertamente, a la hora de elaborar el plan hay que tener en mente los fondos de que se disponen, pero no conviene que estos limiten las posibilidades de crecimiento. Afortunadamente, hoy existen numerosas vías de financiación alternativa más allá de la tradicional bancaria, accesibles para cualquier emprendedor y de la mano de la digitalización y de fórmulas de capital semilla.
– Seguimiento. Como decíamos al principio, al igual que en las dietas hacemos un seguimiento del cumplimiento del régimen y del mantenimiento del mismo una vez finalizado, hay que hacer lo propio con la implementación del plan estratégico. Existen numerosas aplicaciones para hacer este control, más o menos sofisticadas, más o menos costosas. Excel es la más sencilla y económica, pero algunos expertos dicen que lo suyo es disponer de una con capacidad de automatización de procesos. En cualquier caso, cuidado con elegir una demasiado compleja, a la que no se termine de coger el truco, y no se le saque partido. El seguimiento es importante también porque de esta manera se pueden reconducir desviaciones del plan estratégico.
Hay que superar pues la pereza, salir de la zona de confort y generar el hábito de planificar. Basta con dedicarle unos minutos a pensar en el negocio y, si no se tiene suficiente experiencia o conocimientos, rodearse de un equipo profesional, delegando en él, para asegurar la supervivencia del negocio.