Asistimos al boom de los trabajos esporádicos al calor de la economía colaborativa, de la digitalización, de las nuevas generaciones y del envejecimiento de la población. El próximo año, el 45% de los profesionales a nivel mundial trabajará por cuenta propia, bien como autónomo a jornada completa o bien, combinando empleo por cuenta ajena con proyectos puntuales defreelance.
Lo dice el sociólogo experto en el futuro del trabajo y la educación John Moravec, padre del concepto knowmad, un neologismo que fusiona los términos conocimiento y nómada para definir, no tanto al perfil del nuevo empleado, sino a una nueva filosofía de trabajar, donde la flexibilidad, la movilidad y el emprendimiento son su máximo exponente. Este término, como explica la comunicadora Raquel Roca, autora de “Knowmads, los trabajadores del futuro”, va, por tanto, más allá del autónomo, y se extiende a los asalariados que compatibilizan otras modalidades de trabajo colaborativas o por proyectos, donde ya no se tiene a un único pagador.
Si bien, alrededor de esta nueva tendencia se está creando un empleo que no goza de gran prestigio. Es la llamada gig economy o economía de los encargos. El microtrabajo se presenta como una nueva fuente de ingresos que requiere de una adaptación del marco regulatorio a la nueva realidad laboral para dar, por un lado, protección a estos trabajadores y, por otro, abrir los sectores a nuevos competidores.
Pero en este post no vamos a profundizar sobre este debate normativo, sino en el concepto de persona como servicio, un nuevo paradigma del perfil del empleado del futuro que camina hacia fórmulas más flexibles, y no solo porque las empresas oferten cada vez más este tipo de tareas o busquen profesionales para cubrir proyectos, sino también porque las personas quieren conciliar su vida personal y profesional, haciendo de la flexibilidad laboral su bandera para elegir dónde, cómo, cuándo y con quién trabajar.
En este sentido, los millennials lo tienen meridiano. A diferencia de generaciones anteriores, estos jóvenes no aspiran a un puesto de trabajo para toda la vida. No quieren ataduras. Buscan experiencias, proyectos que les llenen. No sueñan con trabajar en grandes y reputadas empresas. Quieren tener libertad. Y si no se les da, no será fácil atraer y retener a este talento. Un informe de McKinsey señala que los millennials tendrán un promedio de once trabajos distintos a lo largo de su carrera profesional.
Pero hay otra derivada relacionada con el cambio demográfico. Cada vez somos más longevos. No queda muy lejano el horizonte en el que la esperanza de vida se sitúe en el siglo, lo que supone un desafío que obliga a alargar nuestra edad de jubilación, mucho más allá de los 67 años, para que el ansiado retiro laboral no se convierta en un caramelo envenenado. Esto lleva parejo estar en constante aprendizaje para aumentar nuestra empleabilidad. En “La vida de 100 años”, de Lynda Gratton & Andrew Scott, los profesores de la London Business School abordan cómo será vivir y trabajar en la era de la longevidad. Dicen que hay que romper con el esquema de vida en tres etapas (estudiar, trabajar y retirarse) y pasar a una vida multietapas, en la que habrá periodos de trabajo por cuenta ajena, por cuenta propia y formación.
Y todo esto, además, en otro momento desafiante, el de la transformación digital, que se va a llevar por delante tareas y no va a quedar otra que, de nuevo, reinventarse hacia funciones más creativas, que apuesten por la innovación de productos, servicios, formas de trabajar, poniendo en valor las llamadas soft skills, es decir, aquellas habilidades comunicativas, colaborativas y de equipo.
Así que no queda otra que adaptarse, porque la economía de los encargos no es una moda pasajera, sino una tendencia que viene para quedarse. Y todos tenemos que asumir el cambio. Las empresas, para facilitar la flexibilidad que demandan los nuevos perfiles; los trabajadores, para reciclarse; y las autoridades, para poner orden regulatorio a este nuevo ecosistema laboral.