2016 ha tenido un comienzo prometedor, con otra ronda de factores del miedo que llegan desde China.
Un indicador negativo unido a disyuntores, bastó para amenazar con una masacre del mercado bursátil y de las divisas, y hacer que el planeta se preocupase por China y por el mundo. Desde hace un par de años, vengo escribiendo (y hablando) sobre cuotas atrasadas que aumentan, impagos e insolvencias de empresas chinas. La desconexión entre las cifras de los titulares macroeconómicos (y los mercados bursátiles) y la economía real, era obvia. Y ahora la pregunta es: ¿debemos estar preocupados por China?
Sí y no.
Sí, porque la fase de industrialización parece haber acabado. Los sectores de manufacturas tradicionales están hasta arriba de deudas (los ratios de apalancamiento se triplicaron en los últimos 15 años) y no empezarán a invertir de nuevo hasta pasado un buen tiempo, ya que la rentabilidad ha sufrido una gran erosión y el apoyo del Estado no volverá a ser automático.
Sí, también, porque el mundo necesita encontrar otro consumidor favorito. Las importaciones chinas continúan menguando, haciendo que los precios de las materias primas, desde el petróleo al mineral de hierro, se mantengan bajos y que los centros de comercio vecinos se resientan. Como resultado, los países piensan en cortafuegos que les ayuden a frenar el contagio, las compañías en cómo acortar las cadenas de suministro, y la gente se preocupa por sus ahorros.
(Des)afortunadamente, la exposición al riesgo de China es más baja en la vida real. Además, hay razones para creer que China puede hacer las cosas como debería. El país asiático puede seguir apoyándose en sus consumidores aún por explotar, tanto rurales como urbanos, con gustos occidentales (y ahorros). La demanda de servicios y productos de alta gama está aumentando.
Más importante aún, China tiene una inmensa fortaleza: su liderazgo. Como el mundo finalmente empieza a escrutar cada uno de sus movimientos, y el país experimenta una creación iterativa de políticas, China puede volver las tornas si soluciona sus propios trilemas.
Primero, el de su divisa. China no puede tener tasas de cambio semifijas, libre circulación de capitales y una política monetaria independiente.
Segundo, el crecimiento. El objetivo de crecimiento es bueno, pero no está relacionado ni con crecimiento de calidad (desapalancamiento) ni con reformas de suministro.
Tercero y último, el de la financiación. China tiene que elegir entre proteger su balance de situación, continuar su política fiscal expansionista y jugar la carta del comercio de nuevo, con iniciativas como la One Belt, One Road.
Estas encrucijadas son importantes para China, porque pueden restaurar la confianza y el atractivo de su mercado o crear más frenesí. Mientras, China, igual que otros puntos calientes, desde el futuro de Europa a las políticas de Estados Unidos, pasando por Oriente Medio y el Mundo Emergente, sufrirá otro año V.U.C.A (siglas en inglés para vulnerabilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad). Este acrónimo militar, que se introdujo en los 90 suele utilizarse para pedir preparación, anticipación, evolución e intervención. Aquí es donde parece que el mundo está fallando.
Así que, ¡Feliz Año V.U.C.A a todos!